domingo, 22 de marzo de 2015

Por un whats-app

Últimamente, me he sentado a divagar sobre cierto amor que le profeso  a la distancia a una dulce muchacha selenita: su imposibilidad me aterra.. Pues bien.. Sucedió más o menos así (me refiero al día a partir del cual me enamoré de aquella muchacha, y ya no pude dejar de meditar sobre aquel amargo asunto): había salido con alguien y todo iba lo más bien, hasta que, un poco pasada la medianoche del sábado anterior, me ocurrió algo.. El centro estaba bastante concurrido en aquellas primeras horas de la madrugada: borrachos al paso, travestistas aficionados, parejas que formaban difíciles conexiones anatómicas entre ellas.. Me encontraba sentado a la mesa de un bar muy popular en el Barrio, llamado Dédalo, tomándome unas cervezas. Estábamos sentados afuera (yo y una mujer algo mayor que yo), y se sentía bien allí, pues el aire de la noche era fresco después de haber estado pesado durante toda la tarde. En un momento dado, en el que dejo de hablar, me siento como absorbido por un momento lejano y difuso. Me sentía invadido por una sensación de constante irrealidad; nada de lo que me rodeaba tenía algún sentido, y yo no tenía cabida allí, no embonaba para nada en aquel sitio. De repente, y sin previo aviso, se acercan unos sujetos a saludar, no a mí, por cierto, sino a mi compañera de mesa.. Y no logré soportarlo más, pues la idea de fingir, de aparentar ser lo que no soy de nuevo, de saludar a esos tipos que no conocía ni pensaba conocer jamás, me repugnaba hasta tal punto que sentí un leve mareo, una náusea peregrina, una mayor irrealidad que antes.. Me levanté como impulsado por un gran resorte y dije, vociferé más bien, que iba al baño, pero lo cierto es que me perdí entre la muchedumbre que iba y venía por la angosta vereda, y huí (cabe señalar, que un poco bebido), a toda prisa y sin mirar atrás. Crucé la plaza en diagonal, pasé la comisaría y llegué jadeando al Parque Municipal. No había ni un alma allí, ni un murmullo, tan sólo un silencio, pleno y absoluto, aunque espeso e indiscernible.. Me adentré, penetré en la pesada oscuridad del parque, y me sentí embelesado, liberado, extático, ante la paz infinita que me prodigaba aquel espacio bañado de sombras. Hallé cobijo entre las tinieblas, y me sumergí en un deleite musical. No había luna en el firmamento ni media ni llena, sino sólo estrellas y mosquitos. Deseaba el apoyo de alguna idea o la promesa de algo, de cualquier cosa, o algún consuelo que me permitiese respirar y pensar mejor, pero no había nada a la mano, nada al alcance de la psique.. (nada, nada).. sólo hubo un vacío, una vacuidad abismal, suprema, y entonces dejé de pensar. Solamente una emoción extraña brotó de mí, una emoción tan viva, tan intensa, que quise largarme a llorar, pero me contuve (pues era ridículo llorar sin una razón aparente); aunque duró muy poco aquel temple fingido de muchacho criollo. Era como si todo mi ser quisiera ser algo propio, y no ajeno. El dolor era tan atroz que sentí que mis entrañas se retorcían y que un ácido corrosivo se deslizaba por el esófago hasta las vísceras. Comencé por improvisar un llanto silencioso, sollozando sin tener alguna idea del por qué, y me dije: “bueno.. al fin ha pasado: has perdido la cabeza”.. Pero no me sentía triste al llorar, no, pues lloraba de la emoción que me embargaba, producida y reproducida en ese instante tan pleno y propio. Es patético el imaginarse siquiera a un tipo de veintipico llorando, pero como me encontraba solo en medio de nadie y de nada, poco me importó cómo me viera. Pronto todo pasó y recuperé de a poco la conexión con el mundo real, adquiriendo asimismo también la noción de desolación de aquel sitio.. El silencio quedó anulado por el timbre del celular. Sabía que se trataba de la mujer a la que había dejado plantada en el Dédalo y también sabía que había obrado mal y que debía disculparme, pero por fin me di cuenta de que también sabía que aquello la verdad no me importaba en absoluto. Iba a apagar el celular, cuando descubrí que había dejado abierta la ventana de Whats App y leí un mensaje que decía “Quiero que seas tú…”. Vaya, pensé, nadie me ha pedido eso jamás, de tal suerte que ya no sé qué significa ser yo. Se lo agradecí mil veces, pero no quise molestar a la portadora de tan cálido mensaje, pues entre sus mensajes también se leía: “y si no quisiera escribirte, te aseguro que no lo haría más”, como en una especie de advertencia o vaticinio, y en mi estado de embriaguez podría llegar a escribirle algo que resultase irreparable (pensé en escribirle: “te amo”.. pues, menos mal que me despabilé a tiempo y le contesté alguna obviedad como respuesta y apagué el celular. No se le dicen esas cosas a nadie por escrito, porque suena a burla). Cuando me volvía a casa, trastabillando en cada esquina, pensaba en la idea que me había transmitido aquel mensaje, y pensaba también:  “¿Cómo puedes conocerme tan pero tan bien, muchacha selenita, tan lejana y tan perfecta?..” Y el amor fluyó de mí hacia las estrellas, y la luna asomó su naturaleza pálida y luminosa, y los grillos se mofaron alegremente de mi amor, pero yo no los oí, y salté y grité mi amor en medio de la noche oscura. Aquella muchacha selenita me diría cómo ser yo, me enseñaría a ser.. Mucho más tarde comprendí mi torpeza, mi craso error, pues nadie puede enseñar eso. Pero ya la idea estaba asentada: estaba enamorado de todo lo que representaba para mí aquel instante en que fui libre de verdad, en el que encontré alguna salvación.. Desde entonces soy un prisionero de mi propia libertad.. (¡Vaya!).. Y porque debo aprehender lo mágico de ser, es que parto en un viaje largo y distinto, llevando todo lo mío conmigo, mi mente y mi espíritu, hacia algún lugar desconocido. Contemplando la luna, en cuanto tenga la más mínima oportunidad, le aullaré un “te amo”, y será un tributo a la muchacha selenita, quien me rescató en aquella noche de delirio y a quien amo y amaré infinitamente.. Me marcho, pues, a buscar mi vellocino de oro, a ejecutar mis doce pruebas, y me arrancaré de la mente la terrible idea del amor, pues se trata de un sentimiento precoz.. El amor es una ordalía mayor, que debe sufrirse cuando uno ya ha sufrido por sí mismo y ya no puede joder a nadie con sus caprichos y estupideces. Así que cuando vuelva, nos amaremos en un mundo propio, una conjunción de mundos perfectos y puros, y recién entonces querré saber si su piel se eriza al contacto con mis manos o si su pelo huele a aceite de oliva o si sus labios realmente saben a café torrado.. Existe también la posibilidad de que no me ame y me expulse lejos, y entonces, me iré lejos, lejísimos, en la dirección correcta.. Por su whats-app, sé que podré seguir adelante, que podré respirar la esencia más pura, el aroma silvestre. Y sólo cuando regrese de mi viaje, desearé perder el sentido en su pelo desgreñado y oscuro, y abrazar su figura encarnada en el silencio.. Sólo entonces podré resguardar su marchita sonrisa en el otoño de mi alma, hasta que un buen día llegue una primavera que nos una en su tibia armonía. Nuestra paz será mutua y eterna, Ya no se hablará de amor, no existirán los celos, no sufriré ya alucinaciones producidas por su belleza, no se escribirán plegarias de ningún tipo.. Tan sólo seremos un gran abrazo elevado hasta la penúltima de las estrellas, una mezcla de aromas y sabores tan pero tan intensos, que moriremos los dos de la emoción de mar y ser amados para siempre...

jueves, 26 de febrero de 2015

Poemario Social

En la cima de lo inalcanzable..

En la cima de lo inalcanzable,
Donde las montañas blanquean su cumbre,
Donde Dios reside omnisciente,
Ascienden plegarias de amor turgente.

Sube una oración para Él inescrutable:
"Deseo ser en esos ojos y en su tenue lumbre..
En esos labios de boca ardiente..
En esa voz y cuanto esa voz enuncie.."

Dios, que todo lo sabe y lo percibe
Protesta, como es su costumbre,
De la sabiduría concedida al hombre y su simiente:
Que las dos ciudades se hagan una sola gente.

Dios, que nada perdona y todo lo exige,
Se quita de su voluntad la pesada herrumbre,
Se asoma sobre su pendiente,
Y exclama con tono profuso e hiriente:

"Dos extraños amantes hoy el mundo exhibe,
Que quieren ser una sola carne irreverente..
¡Uníos, que el amor todo lo perdona y todo lo puede!
Más yo bendeciré vuestra vida y vuestra muerte."

Así los dos amantes al Cielo ascienden,
Para que su mutuo amor a Dios alumbre
En su arcaica idea de Amor incipiente.
Un hecho que reclama Su compromiso urgente.


Te pareces a esa flor..

Te pareces a esa flor
Que un día se decidió a partir,
Y que llevada por el viento,
No sabía hacia dónde huir.

Se marchitó con profundo dolor
Y estuvo a punto de morir.
Más envejecida por el tiempo,
Dicen que ha dejado de existir.

Extinta la llama de su ardor,
No pudo su agonía suplir.
Su alma no halló el vital sustento.
Su corazón no dejaba de latir.

Perdido todo su color
En vano intentó sufrir.
Más su resequido aliento,
Le impidió el amor sentir.

El otro día percibí un dulce olor.
Recién me levantaba de dormir
Me asomé por la ventana un momento,
Y vi una flor que se parecía a ti.


Quisiera ser como tu sombra..

Quisiera ser como tu sombra,
Una triste, gris y muda estampa,
Para quedar unido a tu figura
De dulce pera transmutada.

Quisiera ser como tu sombra,
Que la lobreguez de la noche, en apariencia, espanta,
Más a ti abrazado como manto de asaz tersura,
Cobijo tu cuerpo de tiniebla oscura.

Ya desearía ver cómo te asombra:
Verme resurgir en cuanto escampa..
Desaparecer en la noche y su censura..
Reconfortarte cuando estás embriagada de angustia..

En cuanto estés desnuda, me anudaré a tu sombra,
Recortado sobre la verde explanada, en que decanta
El fulgor selenita, que nos provee la locura,
Y que se refleja en los bajíos de tu líquida mirada.

A los cielos grito:
¡¡Quisiera ser como una sombra
Que mantenga viva la esperanza,
De sentir su apoteótica hermosura
Diluida aquí en el plexo una mañana..!!

Nos imagino así reunidos:

Silueteando por la verde alfombra,
Mientras un rijoso coro de grillos canta.

Dos sombras haciendo el amor en la penumbra;
Tú contemplas alelada la Vía Láctea..

Dos manchas de piel tendidas en intensa ternura;


Yo me sumerjo absorto en tus senos de blanca nata..

martes, 13 de enero de 2015

Cartas de Amor y Odio.

Carta cuatro
Querida mía:
                     Quisiera pedirle el beso que sellara para siempre mis labios, pero aquello sería como interrumpir un agradable sueño pronunciado al candor de su espíritu anhelado. Duermo en su interior, y usted me sueña a veces. Soy una triste ausencia que se abandona a su sola presencia, apenas cierra sus ojos y duerme: soy un alma embriagada del néctar de su ser, una palabra enclavada en el verbo por antonomasia (que es amar), un pétalo de mustia flor que peregrina en un suspiro una distancia inmensa. Amo su belleza interna, lo que no se ve, o los que otros no ven. Caigo profundamente ensimismado en su eterna figura, y en un instante de augusta gloria, usted me sueña y ama. Me anticipo entonces a sus pensamientos y emociones, porque por un breve instante soy en usted; y así le llega a usted mi ser, a través del ensueño y la fantasía: anfitriona de los deseos, del cariño infinito, de un amor puro y mío..
Mientras la respiración agite el aire de sus pulmones en arrítmica cadencia, muchos al verla así dormir pensarán que está usted sufriendo alguna terrible pesadilla, aunque se trate en verdad de mi repentina aparición allí en su sueño (recuerde que en el mismo usted me ama). Soy un romance onírico, eterno y distante, polimórfico y genuino, suyo y mío, que usted tuvo en una noche de luna llena.. ¡Cómo me martiriza la paz con que usted me sueña allí en su sueño, o el afán con que se empeña en crear un espacio vital allí donde no hay nada, en donde sólo están las engañosas apariencias, acechándonos..!
Pero muy pronto dichas apariencias se diluyen con la vigilia, con el inicio de un nuevo día, con el movimiento del bello y joven Apolo. Pronto el sueño se acaba. Todo concluye y tiene un final para cada gloria: sic transit gloria mundi; y la realidad se impone una vez más. Hoy será vana ilusión lo que conquistamos en tan sólo unos instantes de onírica pasión.
Aguarde. Dígame, antes de que despierte y yo me vaya, obligado como un intruso, como otro mal sueño olvidado y crucificado en la ausencia, por qué me ama usted en su sueño, por qué es su sueño tan pero tan intenso que me siento tan real en él..


domingo, 4 de enero de 2015

No al estilo Karamazov

Bueno, pues ha pasado el tiempo, y se me ha acumulado bastante trabajo artístico: inspiraciones de musas anónimas, soliloquios de noctámbulo, revelaciones del alma pura y mía. En primer lugar, debo escribir algo acerca de mi presencia en el velorio de un pariente cercano: un primo que apenas si estaba transitando por lo mejor de su pubertad, cuando sufrió un violento accidente de tránsito. Una tragedia más en ese condenado año que ya terminó. Visité al Árabe la otra vez un domingo y conocí a su pequeño angelito, el cual ya camina e insiste en destrozar su cráneo contra cualquier superficie dura, en una actitud un tanto masoquista aún en un bebé. Estoy releyendo a Shakespeare, así que en realidad se trata de un Shakespeare Zombie empezando por Hamlet; por lo que de seguro se sentirá su tan irónica influencia al escribir aquí (o tal vez no, no sé).


Quiero cerrar con un tema que empecé en este blog pero al cual no di ninguna conclusión firme: el hecho de porqué odio a mi padre. Noticia: no lo odio, al menos no al estilo Karamazov, sino que un conjunto de situaciones en las cuales él aparece como principal protagonista me llevan a despreciarlo (al igual que despreciaría a cualquier otra persona en tales circunstancias). Una de estas situaciones tiene que ver con un can que tuvimos hace tiempo, a poco  de instalarnos en el Barrio. No era un perro de raza lo cual no significa que no fuera un perro. Se llamaba Sagan, nombre patético para un perro, el cual sólo estaba relacionado con el famoso astrofísico norteamericano por el hecho de recibir patadones que pretendían elevarlo hacia el espacio. El hecho es que salió un poco estúpido (para ser perro): ladraba todo el día y toda la noche por cualquier boludés, interrumpía el chismorreo de las viejas que se paraban a dar rienda suelta a su banal verborragia en la esquina de casa (lo cual no estaba para nada mal), asediaba a los vehículos en movimiento poniéndose delante de estos y ligándose un buen concierto de bocinazos.. Era un perro algo neurótico, es verdad, pero en gran parte producto del hambre y la sed. Mi padre lo dejaba atado durante horas al sol para que no estorbase la paz del vecindario choto en que vivíamos. Yo por ese entonces no me le acercaba demasiado pensando que podría llegar a morderme (pues mis peores pesadillas siempre consistieron en eso, en que algo me mordía: un lobo, un tigre, un dinosaurio..). Lo que sigue es material justo para una tragedia griega: en la primera escena, mi padre toma un revólver que tenía, un 22 corto, y le coloca las seis balas en el tambor. En la segunda escena, se lleva al perro, Sagan, en el auto. En la tercera escena, están los dos en un descampado, y mi padre le pega dos tiros en la cabeza a Sagan, abandona el cuerpo ahí mismo y se marcha a casa. En la cuarta y última escena, está mi padre en el patio de casa hablando sus estupideces de costumbre, cuando aparece Sagan aullando con la cabeza completamente ensangrentada. Fin de la obra, baja el telón. Es algo patético y lamentable, para mí indescriptible, pues existen cosas, hechos, que nos dejan sin palabras. Yo amo a los animales un poco más que a la gran mayoría de las personas que conozco, y me da bronca que un animal haya sufrido de semejante manera sólo porque molestaba un poco a los vecinos. Esto confirma la paranoia novelesca (ya mencionada hace unos meses) que el imbécil de mi padre guarda con la realidad: se cree un maldito agente de campo, que encima hace mal su trabajo. Su cerebro debe de haberse quemado con los productos de la industria cinematográfica yanqui y con las obras de Tom Clancy que consumía todo los días del año. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

Cartas de Amor y Odio

CARTA UNO

Querida mía:
                    deseo que toda obra de arte te conserve  en tus pensamientos, en los presagios de tu espíritu, en tu plañidero encanto, en tus caprichos, en tu abstracción, en tu cuerpo desnudo de mujer selenita. Tu figura de pera prohibida, a la que se anticipara Botticelli al pintar su Venus, se me aparece por las noches de crudo invierno como lo más bello: una ninfa con la epidermis y los cabellos envueltos en llamas, una torre gótica que le implora a Dios que, por favor, no te ame, el Ave Inmortal que resucita de su pálida y chamuscada ceniza, la escritura de Borges describiendo tu inteligencia (si es que la tienes), un falo enorme que suscite en ti un orgasmo pleno, como el del lobisón aullándole a una luna repleta de un mármol quebradizo.

  Mientras desee todo esto, permaneceré aquí sentado, a un costado del abismo a esperarte, a esperar nuestro infinito común. Quizás pase algo: una luz cegadora, un disparo de nieve; un cataclismo con fuego y azufre, un tsunami gigantesco, que marque el cero, y así todo vuelva a recomenzar, ab initio, a nacer de otro huevo en el que seas tú la que me desees a mi como hoy yo te deseo.



CARTA DOS

Querida mía:
                     sé que tenemos poco, pero muy poco de conocernos. Casi nada. O nada. Pero no te preocupes por eso, pues yo asumo todo el riesgo de declararle el mi amor a una completa desconocida. Hay entre nosotros una gran pared que nos separa, como a Píramo de Tisbe: tu indiferencia mundana.. Pero, ¿cómo puede ser que no te olvide? ¿De qué sitio tomo yo tanta esperanza, tanto falaz ahínco para seguir amando tu figura en la ausencia?
  Enredadera, que arremetes por todos los desiertos e inextricables habitáculos del pecho, que confundes el alma e ilusionas el espíritu.. Enciende, amada mía [si no amante], la luz con tus pupilas y el sonido con tus labios, y andemos sin tropiezos hasta la penumbra. Deja todo lo demás de lado, mujer única, en flor, serenamente inmortal. Todo: tu orgullo por el qué dirán y tu envidiosa necedad. Siento en mi corazón que no existen los hados del destino si no te amo, pues estoy destinado a verte siempre debajo de la cama, donde colecciono tus sonrisas, o en ensueños de amargas fantasías.. Enarbolándonos en eterna asincronía, tu capricho será finalmente mi ruina.

  Te amo y te odio. No te amo o te odio. No a veces te amo, a veces te odio. Solamente vos representás esa mezcla de sentimientos encontrados; pues un amor endeble nos llevaría a odiarnos, un amor perfecto a ilusionarnos con mentiras, y la resignación, a jamás entendernos. Entonces, más allá de todo eso, sobreviene una fugaz idea: resulta suficiente que sólo uno sea el que ama, para que pueda haber amor.



CARTA TRES

Querida mía:
                     quisiera decirte que te amo así como aman los grandes artistas sus bellezas: con verdadero fervor y genuino interés.. El amor es una herida que se renueva constantemente, un fénix que vate sus alas ígneas, partiendo de un ser para llegar a otro. El amor es cambio, metamorfosis de un alma por otra.
  Eres eterna e insignificante hasta la ausencia: no somos más que un cuerpo desnudo, un suspiro único, un anhelo efervescente. Completo mi día, y pienso en ti: jardines, sexo, cornucopias, cristales rotos, en ti..


  Y qué más quisiera yo que renunciar al pensamiento, volcar la conciencia en el absurdo o en la nada, y sentir como un tonto, tu cuerpo desnudo. Jugar con tus manos, con tu pelo, con tu savia salival, con tu vientre y tus senos como un niño, que busca entender y no creer. Somos al igual que dos cauquenes patagónicos, perecederos al momento de partir cada cual por su destino. Somos en otro ser, mejor y más nuevo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Adiós a la tradición oral

En estos días el calor ha vuelto para quedarse: aumenta hasta los 32° C. con una sensación térmica de 36° C., chaparrón, y luego baja hasta los 22° C. con una sensación de 25° C; Pronto aumenta, y en cuanto quiere uno acordarse, hacen 35° C., con una sensación de 40° C., y así hasta el cansancio. Vivimos en una zona de clima templado, estamos de acuerdo en eso, pero pareciera que estamos siendo víctimas de alguna especie de experimento termodinámico hábilmente maquinado por nuestros hacedores (¿lo digo en serio..?). Las noticias televisivas de la semana tan sólo irradian fotones de angustia y miedo: un padre que entregó a su hijo psicópata y homicida a la justicia resulta no ser un padre ejemplar, pero sí un héroe nacional para muchos; el año 2015 se presenta como un pandemónium de propuestas sinsentido y alianzas mediocres; la Señora Presidenta se recupera lentamente de su sigmoiditis; un depósito de garrafas explota ocasionando una lluvia de teas encendidas hacía viviendas aledañas; “Caño Castacha” lucha por su vida; Jairo presenta un nuevo disco; músicos de todas partes de Argentina le hacen un tributo a Gustavo Cerati; Filmoteca presenta a Buster Keaton (la versión simplona de Chaplin).
Estaba por suicidarme, cuando se me ocurrió escribir aquí algo. Hay algo, por cierto, y está referido a mi extraño vicio por las Redes Sociales: conocer lo que piensan o sienten otras personas a las que ni conozco ni tengo planeado conocer, me hacen sentir un parásito más de los servicios de Internet. En mí no es ningún vicio, en realidad, sino que se trata más bien de una forma de vida. Vivo así, alejado del resto, disperso entre toda aquella multitud de mortales sin fe. Yo soy mortal, pero soy verdaderamente libre y humano (pues considero que ser humano es ser libre, y viceversa, o al menos así debería ser), en cuanto prendo el conmutador, en cuanto Google me da la bienvenida, y me invita a entrar en el mundo de los Sin Nombre. Antes dejaba volar más la imaginación, compaginando recuerdos o inventándome otros, posibles y más sensatos. En cuanto a mi fe, no la tengo depositada en algo demasiado claro aún. Es raro, no obstante, sentir tanta devoción por las Figuras Planas, y tan poco interés por una conversación informal y al aire libre, con un cristiano de carne y hueso. Me veo a mí mismo como al Ignatius Reilly de hoy, en el Barrio. Soy un reflejo de la soledad, y a los 28 años de edad no puedo aspirar a otra cosa que a la misantropía y a cierta oligofrenia. Sin embargo, amo (es decir, siento algo que no sé decir bien qué es), y eso significa que aún existe alguna chance de que se pueda llevar a cabo una metamorfosis de mi existencia, como la que sufriera Gregorio Samsa en su dormitorio. Siento esa sensación tan recurrente en Huxley de haber podido dejar mi espacio vital a otro ser algo más significativo:
“Un billón de espermatozoides,
Todos ellos vivos;
De su cataclismo sólo un pobre Noé
Se atrevió a pensar que iba a sobrevivir.
Y en ese billón menos uno
Podría por azar haber estado
Shakespeare, otro Newton, un nuevo Donne;
Pero ese Uno fui Yo.
¡Qué vergüenza haber expulsado así a los mejores que tú,
Entrando al arca mientras los demás quedaban afuera!
Mejor para todos habría sido, perverso homúnculo,
Que en silencio te hubieras muerto.”

Al igual que el personaje de John Kennedy Toole, he perdido toda confianza en el mundo, y la sociedad permanece como expectante al verme llegar, esperando a ver si me regenero y me nutro en su seno o si me hago odiar, si me arrepiento de mis pecados o si me convierto en un mártir más de la horca. Me cansa vivir (taedium vitae), pero considero que la muerte ha de ser mucho más aburrida, y por eso es que elijo vivir, aunque gustoso hubiese dejado la vida a otro Huxley, a otro Dostoievski o a otra “ella”. Otra similitud de tipo más fisiológico: mientras a Ignatius Reilly le sonaba la válvula, la cual se le abría y se le cerraba según la tensión que experimentara en un momento dado, a mí se me hincha algo a un costado del vientre, algo que me asfixia y me pone de malas. No voy a poder empezar la Universidad el año entrante, por falta de recursos y esas cosas, así que mi única meta en la vida ha quedado truncada de momento. No quedan muchas más alternativas que ejercer la pedorra docencia para poder pagarme los estudios universitarios de acá a unos cuatro años más o menos. En fin, que si lo hubiera sabido, no hubiese dejado pasar tanto el incansable tiempo. Los alquileres en la Gran Urbe están por las nubes, y mis ingresos personales son de cero para abajo. He de conformarme con ser un memo, un cero a la izquierda, un Sin Nombre. Por esto es que intento canalizar todo lo que pueda a través de las redes sociales (con una particularidad que me hace digno de aprecio: no jodo a nadie), porque ya no importa lo que haga, siempre estuve condenado (por no decir “destinado”, que queda feo) a pertenecer a la raza docente. Preferiría vivir bajo un puente, pero no es momento para queja alguna. No le abriré la puerta de entrada a mi corazón a la muerte antes que al amor, no me daré, pues, “por vencido ni aún vencido”, ganaré la victoria sobre mí mismo o me pudriré en la decadencia (o en la docencia, lo cual es algo parecido).

Ya que estoy con el tema de las redes sociales he de hacer un paréntesis al respecto: la palabra hablada de los seres de carne y hueso pareciera irse con el viento apenas se entabla una conversación con cualquiera de todos ellos. Estaría bueno que resurgieran los jíbaros de sus cenizas, pues consideran que “el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre”. El paradigma cambió de un tiempo a esta parte: ya el hablar no es decir algo, pues sólo se dicen estupideces, sandeces, comentarios cizañeros, retazos de biografías inconclusas, se escupe un “te amo” casi sin sentirlo, porque a las palabras se las lleva el tiempo, y porque gracias a los medios masivos de comunicación se ha llegado a la banalización de la opinión por la opinión misma. No importa lo que yo le diga en el día de mañana a una muchacha que me resulta hermosa (como la que tuve el placer de contemplar en la mañana del día de ayer en una verdulería.. mi Dios, qué par de piernas calzaba esa ninfa..), mis palabras se perderán para siempre en los rincones de su memoria. La escritura rápida, fácil y poco pulcra ha reemplazado a la palabra hablada. La tradición oral descansa ahora definitivamente en su lecho de muerte, cerca del cual permanecía aún moribunda, a la espera, en su agonía cultural, del golpe final, del remate. Adiós a la tradición oral. Qué me importa a mí que una chica me hable en la calle, le pido su número de celular o su nombre de usuario en las redes sociales, y le escribo, así leo y releo su respuesta más tarde. Yo me pregunto si esos pibes se pajean mientras leen y releen esos  tweets o entradas o estados o SMS de sus contactos femeninos. Atiéndanme: eso no es flirteo. Y no es por el placer de escribir que lo hacen, porque sus respuestas son más bien parcas, más bien insulsas, y las pobres palabras son víctimas de fatales errores de ortografía y de una alternancia de significados que las vuelve obras de un maniático empedernido. Una caterva de pillos que se valen de la anfibología y de las antífrasis para seducir a pendejas con las que nunca se hubiesen atrevido a hablar por pudor o vergüenza. No culpo a las nuevas tecnologías como lo harían los miembros de su generación ancestral, señora, culpo al sistema educativo, a los padres de esas criaturas y a la sociedad en su conjunto.. En fin, que una cosa era hablar mal, pero escribir mal lo considero un sacrilegio, porque la palabra escrita permanece allí, no se pierde en el tiempo ni se desgasta en la memoria. Su misión es quedar para la posteridad, y escribir “arvol” o “güevos” no es dejar gran cosa. Por esto, los jíbaros deberían privarnos definitivamente del derecho a hablar, y dejarnos sin labios, por lo que no nos quedaría otra chance que escribir un poco mejor. Para besar sin labios propongo que usen las piernas..

El suspiro de cualquier mujer me deja últimamente sin aliento. No puedo corresponder a ningún posible enamoramiento en estos días, en los que sólo alcanzo a dar y recibir futilidad, en un desinterés que va en aumento. No me preocupa no sentir, porque después de todo soy el Hedonista Azul, aquel que ha detenido todo impulso afectivo para dejar de lado el odio y el rencor, pues “es el Mal quien anda desvalido como un amante”: sentiré en lo futuro algo que me haga apreciar el destino, aunque no me haga mucha gracia una circunstancia que es más bien ajena a mis propias decisiones. El destino es una condenación de los instintos. Un beso que me roza el alma, una vulva que me frota la punta del pene, y la abriga de sus propios caprichos. Te invoco, ilusión plena y mía, para que me visites en la ausencia de pasión, y me permitas separar aún más el sexo del amor. El amor desprovisto de sexo es más fácil de entender, aunque resulta menos divertido. Escribo todo esto mientras escucho Tears Dry On Their Own de Amy Winehouse en una repetición incesante, y presiento una erección. En fin, que he pulir la inteligencia que no poseo y afianzar mi fuerza de voluntad, antes de dirigirme a los campos elíseos del conocimiento académico.

El paisaje en el Barrio se pone muy majo en esta época del año: el viento sacude las hojas de los árboles (sauces, alerces y algunos arbustos de los que desconozco toda propiedad etimológica), el gorjeo de gorriones y jilgueros me endulza los oídos, el clamor de los niños reafirma la sensación de inactividad general, y siento el alma abarrotada de caprichos de niño: deseo salir y sentir el aire tibio de la tarde en el rostro o permanecer sentado al frescor de la escueta sombra vespertina. Sin hacer nada, para variar.




martes, 11 de noviembre de 2014

Hans Castorp despertó convertido en hormiga

Confieso que no he vivido. El tiempo transcurre siempre en una misma dirección y con un mismo sentido, y sin embargo es irregular. Se ahoga en la monotonía infinita del espacio; pero el movimiento de un punto al otro ya no es movimiento, y donde no hay movimiento, no hay tiempo. La monotonía y el vacío pueden dar la sensación de estirar el momento, las horas, de manera que se hagan largas y aburridas; y en el caso de grandes o grandísimas extensiones de tiempo, lo que hacen es abreviarlas, neutralizarlas, hasta reducirlas a algo nimio. A la inversa, un acontecimiento novedoso e interesante es sin duda capaz de hacer más corta y fugaz una hora e incluso un día. Lo que llamamos hastío es consecuencia de la enfermiza sensación de brevedad del tiempo provocada por la monotonía. El objetivo de un cambio de aires o de lugar es la recuperación que permite lo episódico, la variación. Los primeros días de permanencia en un lugar nuevo trascurren a un ritmo juvenil, es decir, robusto y desahogado; pero luego, en la medida en que uno se adapta, comienza a sentir cómo se van acortando. Ese rejuvenecimiento de nuestra conciencia del tiempo se hace patente al salirnos otra vez de esta nueva rutina (que hemos creado con nuestra prolongada permanencia en algún lugar), y se manifiesta cuando retomamos nuestra vida de siempre, la de todos días. Los primeros días en casa después de haber estado fuera nos parecen nuevos, desahogados y juveniles, pero eso es sólo al principio, pues uno se acostumbra más deprisa a la regularidad que a su interrupción, y cuando nuestro sentido del tiempo ya está marcado por la edad o no ha estado nunca muy desarrollado, se vuelve a adormecer rápidamente y, al cabo de unas horas, es como si nunca nos hubiésemos marchado y el viaje no hubiese sido más que el sueño de una noche. Error: ha pasado el tiempo, pero tú sigues siendo el mismo simplón, el mismo mediocre, el que lo ignora todo sobre la vida. Finalmente, nada podría impedirnos perder toda conciencia del paso del tiempo, y por consiguiente de nuestra edad, pues no poseemos ningún órgano interno, como la memoria, para percibir el tiempo, y por tanto, somos incapaces de determinarlo por nosotros mismos desde un punto de vista absoluto sin la ayuda de referencias exteriores. El hecho de aprovechar mejor el tiempo es una parte importante de la Mentira.